Hay ideas que tienen las más variadas expresiones y manifestaciones sin que se pueda determinar con alguna exactitud su origen.
En nuestro caso y en nuestro país Dolina parece haberse apropiado de ella y la repite en cuanta ocasión se le aparezca.
Su enunciado es más o menos así: las manifestaciones románticas (cartas, poemas, etc.) requieren para su existencia algún tipo de ausencia o negación por parte del ser amado.
Es decir, uno no escribe (o no se inspira o no son tan buenas) cosas románticas exaltando el amor perfectamente correspondido y que no encuentra en sus manifestaciones obstáculo alguno. Por el contrario la temática suele girar en torno a la ausencia, a la negación, al secreto, o a cualquier otro tipo de impedimento.
Si bien hay algunas honrosas excepciones (Quevedo por ejemplo) suele darse esta constante que también se expande hacia el ámbito religioso (en oraciones, poemas, etc.).
El romántico tiene siempre un dejo de tristeza.
En el salmo 62 (que rezamos en laudes en todas las solemnidades) se dice (de memoria, sepan disculpar alguna falla en la cita): “Mi alma tiene ansia de Tí, tengo sed de Tí como tierra reseca, agostada, sin agua”.
Hay una antigua canción jasídica donde, parafraseando ese mismo texto del salmo, invitan a ponerse uno mismo en estado de sequedad. Es un llamado a la sed, un llamado a ponernos en la necesidad angustiosa, un llamado a apartarnos para extrañar, un llamado a irnos para querer volver...
En definitiva es un llamado a recobrar la tensión (que se logra por la distancia) romántica y amorosa para con Dios.
Esa es también la invitación de la cuaresma, con la diferencia que la invitación no es tanto a “irse” sino más bien a reflexionar en lo “idos” que estamos. Todos pecamos y cada pecado nos aleja infinitamente de Dios. La invitación cuaresmal es a interiorizarnos con esa distancia y en la necesidad de Dios.
El camino es el de la ausencia y la privación, incluso de las gratificaciones sensibles de la oración (la alegoría de la poda utilizada por Cristo es perfecta para meditarla una y otra vez). En este sentido era una hermosa tradición (hoy casi completamente perdida) la de ocultar las imágenes y cruces con los paños púrpuras para esconder, incluso de los sentidos, los caminos al padre.
Es una invitación a sentir la necesidad angustiante del amado.
Como decía al empezar, es una idea que tiene infinidad de manifestaciones. Una de ellas es un hermoso soneto de Francisco Luís Bernárdez, del cual recomiendo su lectura y meditación también para esta cuaresma:
Si para recobrar lo recobrado
En nuestro caso y en nuestro país Dolina parece haberse apropiado de ella y la repite en cuanta ocasión se le aparezca.
Su enunciado es más o menos así: las manifestaciones románticas (cartas, poemas, etc.) requieren para su existencia algún tipo de ausencia o negación por parte del ser amado.
Es decir, uno no escribe (o no se inspira o no son tan buenas) cosas románticas exaltando el amor perfectamente correspondido y que no encuentra en sus manifestaciones obstáculo alguno. Por el contrario la temática suele girar en torno a la ausencia, a la negación, al secreto, o a cualquier otro tipo de impedimento.
Si bien hay algunas honrosas excepciones (Quevedo por ejemplo) suele darse esta constante que también se expande hacia el ámbito religioso (en oraciones, poemas, etc.).
El romántico tiene siempre un dejo de tristeza.
En el salmo 62 (que rezamos en laudes en todas las solemnidades) se dice (de memoria, sepan disculpar alguna falla en la cita): “Mi alma tiene ansia de Tí, tengo sed de Tí como tierra reseca, agostada, sin agua”.
Hay una antigua canción jasídica donde, parafraseando ese mismo texto del salmo, invitan a ponerse uno mismo en estado de sequedad. Es un llamado a la sed, un llamado a ponernos en la necesidad angustiosa, un llamado a apartarnos para extrañar, un llamado a irnos para querer volver...
En definitiva es un llamado a recobrar la tensión (que se logra por la distancia) romántica y amorosa para con Dios.
Esa es también la invitación de la cuaresma, con la diferencia que la invitación no es tanto a “irse” sino más bien a reflexionar en lo “idos” que estamos. Todos pecamos y cada pecado nos aleja infinitamente de Dios. La invitación cuaresmal es a interiorizarnos con esa distancia y en la necesidad de Dios.
El camino es el de la ausencia y la privación, incluso de las gratificaciones sensibles de la oración (la alegoría de la poda utilizada por Cristo es perfecta para meditarla una y otra vez). En este sentido era una hermosa tradición (hoy casi completamente perdida) la de ocultar las imágenes y cruces con los paños púrpuras para esconder, incluso de los sentidos, los caminos al padre.
Es una invitación a sentir la necesidad angustiante del amado.
Como decía al empezar, es una idea que tiene infinidad de manifestaciones. Una de ellas es un hermoso soneto de Francisco Luís Bernárdez, del cual recomiendo su lectura y meditación también para esta cuaresma:
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Natalio
Pd: Para doctrina, oración y otras cuestiones de Cuaresma recomiendo todo lo que Ignis Ardens tiene al respecto.