Hace un tiempo vengo viendo hablar de “meritocracia”, generalmente
acompañado de alguna de las dos imágenes que se acompañan.
El tema, como tantos otros que uno ve a diario, tiene varios
costados pero suele venir de sectores ideologizados. La particularidad del tema
es que este se está expandiendo y se está replicando en personas no
ideologizadas. Eso me despertó una señal de alarma.
Como todo en las ideologías se parte de algo real y muy
serio. En este caso es el drama de la pobreza. Un verdadero azote al corazón y,
tal vez como signo de estos tiempos de consumismo, individualismo y hedonismo,
cuidadamente ajeno a nuestras preocupaciones cotidianas. Aparece cada tanto
arropado de la correcta frivolización de turno y se nos vuelve a perder en la
cotidianeidad de nuestras ocupaciones.
La pobreza, como una verdadera imposición de justicia (y no
de caridad) es un tema serio y profundo. Una gran deuda en nuestra sociedad.
Una formalidad muy propia y actual para examinar nuestras conciencias y
nuestras vidas.
Pero esto de la meritocracia aplicada a los niños no tiene
nada que ver con eso…
Una de las herramientas suele ser estadística del tipo: “el
90% de la gente que nace pobre muere pobre mientras que el 90% de la gente que
nace rica muere rica sin importar lo que hagan al respecto”… La estadística
suele ser un buen recurso ideológico para torcer realidades. Una genial frase
de Shaw le contesta: La estadística es una ciencia que demuestra que, si mi
vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno. La realidad de
las cosas humanas suele recorrer un camino paralelo al de los números de
laboratorios. Una historia de superación (de las que todos conocemos, no una
sino muchas tanto en la historia, en el arte, en el deporte, etc.) vale como
respuesta a cualquier porcentaje.
Como mensaje personal es tan desgarrador como determinista y
estúpido. Que nadie haga nada que morirá como nació. Nada de lo que hagas
moverá la historia. El destino (y no tus actos, tus sueños, tus objetivos, tus
metas, tus trabajos) determinará tu existencia. Sólo queda ahogarse en odio y
resentimiento contra aquel con el que el destino fue más favorable.
Como mensaje político y jurídico es nefasto. Quitemos todo
lo que tienen pues no lo merecen. Volvamos a repartir todo y entremos en el
socialismo donde nadie tenga nada… una vez más (y donde la historia nos ha
enseñado que los pueblos se quedan sin nada mientras los “directivos del
partido” tienen vidas suntuarias).
La cuestión es, más allá de las críticas ¿hay mérito en el
sentido de merecimiento o no?
Santoto siguiendo a Aristóteles explica que no hay relación
de justicia ni con los padres, ni con la patria ni con Dios. Ello es, más allá
de por una falta de equilibrio en lo debido, porque no hay verdadera
“alteridad”. Uno no es “otro” con relación a sus padres. Lo que hagan los
padres “vale” como hecho por uno. Esto es de Perogrullo en la vida cotidiana (y
lo es también de un modo particular en la vida sacramental y espiritual) y en
la vida jurídica. Desde la tutela hasta la responsabilidad por los actos de los
menores son ejercidos por los padres. El padre no es “otro” respecto del hijo.
Lo que el padre “merece” para su hijo el hijo lo “merece” en nombre propio, no
ajeno (e incluso el padre “merece” por los actos del hijo en materia social,
civil, penal, etc.).
Las ideologías (todas ellas, no sólo las de origen
marxista) suelen reducir el hombre a la materia y la materia a la economía. Por
eso sólo hablan de plata. Pero en esta carrera de merecimientos y recompensas
la plata es lo de menos. El hijo al que los padres le leen al irse a dormir
será más inteligente que el que se duerme mirando televisión; el hijo al que le
inculcan el amor por la lectura será más despierto que el que se la pasa
jugando a la play; el hijo al que se le cuida la alimentación será más sano que
aquél al que lo atoran a caramelos para que no moleste… Quien tenga hijos sabrá
que la lista es interminable. Todo en la educación “determinará” “una parte”
del futuro de un chico. Y todo eso el chico lo merece por el amor de sus padres.
Esa ausencia de alteridad que impide considerar como “otro”
a los padres no sólo obedece a una cuestión biológica (también innegable pues
todo en el hijo viene de los padres). Todo el amor borra alteridades. El amor
hace que el otro deje de ser otro. Y así los actos de los maestros que aman a
sus alumnos le “merecerán” un futuro mejor a los alumnos de los burócratas, los
actos de los amigos buenos le “merecerán” un futuro mejor que los oportunistas,
etc.
Hasta aquí lo natural pero el tema se torna “esencial” para
el católico. El “merecimiento” de los “méritos” de la Cruz sólo nos viene dado
por el amor. Nada más que el amor permite “apropiarnos” de los efectos
salvíficos de la Cruz. Si mi borrosa memoria no me falla algo de esto me hizo
leer mi padre (y me hizo merecedor de este conocimiento) en los comentarios de
Santoto a la Ética Nicomaquea de Aristóteles cuando estudiaba latín.
Es por eso que en lugar de meritocracia, en estos casos
hablaría de “filocracia”. Es el amor el que hace merecer.
Natalio
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