domingo, 17 de mayo de 2020

Cristo como padre del feminismo judío





En estos tiempos de cuarentena y mucha televisión, diversa gente se ha asomado al mundo del judaísmo a través de la series Unorthodox y Sthisel. Ambas dan para largo pero permiten tener una aproximación “por la ventana” a la interioridad de la vida religiosa del judaísmo ortodoxo. Un tema interesante para analizar desde esa perspectiva es algo muy charlado en este blog que es ese “sacerdocio universal” con el que la “religión”judía reemplazo la centralidad del Templo

No obstante todo ello, una de las cosas que puede llamar la atención a un espectador no familiarizado con el mundo judío es lo que hoy se daría en llamar (en esta terminología tan ideologizada) “un machismo patriarcal” completamente exacerbado. Casi que uno de los temas centrales en ambas series (en una lo es de manera expresa y directa) es el rol de la mujer en ese mundo.

Como en todas las miradas puntuales y “por la ventana” es imposible generalizar y absolutizar. Tampoco se puede pretender que todo el judaísmo (aún el ortodoxo) mantiene esos mismos parámetros. Y también conviene recordar y entender que la misma dinámica de trato y ubicación de la mujer en el mundo es común a otros extremos religiosos (dentro del catolicismo y el cristianismo en general es muy fácil verlo en mucho grupos).

Sin embargo, hay algo cierto y es que el judaísmo en sus bases es particularmente “duro” y “extremo” en su visión de la mujer. Hoy quiero mostrar un aspecto de esa realidad y es la mujer en el matrimonio y en el divorcio judío.

Todo en el matrimonio judío se centra en el hombre. Es el hombre el que “adquiere” (compra a cambio de un precio) a la mujer y es el hombre el que “libera o divorcia” a la mujer (la deja “libre para cualquier hombre….”) La ceremonia de casamiento consiste, propiamente en un “contrato de adquisición” y la “toma de posesión” de la mujer por parte del hombre. Es una suerte de “compraventa” que incluye el precio entre sus diversos aspectos.

El divorcio se produce mediante la entrega de un “guet”  o “libelo” de divorcio que es una suerte de terminación del contrato (sin este documento el matrimonio no termina y, por ende, cualquier otra relación es adulterio). Según la norma específica de la Torah (Deuteronomio 24,1) el hombre puede darlo a la mujer “porque halló algo que no le gustó”. Es una suerte de garantía contra “vicios redhibitorios” en el derecho.

Las interpretaciones en el el tiempo de Jesús sobre esta norma específica reeditan una lucha eterna de todo el Talmud entre sus dos personajes centrales: Shammai y Hillel.

Shammai decía que la causa (para divorciarse) tenía que ser grave (adulterio) mientras que Hillel dice que cualquier cosa que haga mal la mujer (incluso si quemó la comida al cocinar) podía ser causa de divorcio. (Akiba, otro de los grandes, dice que incluso es “causa” que el marido encuentre una mujer más hermosa). Para el que quiera buscarlo está en Mishná Guittin 9:10.

En este mundo Jesús contradice expresamente a ambos. Aunque no es el tema del post conviene apuntar que la pregunta ¿es permitido repudiar a la mujer “por cualquier causa”? claramente apunta a saber en cuál de las corrientes se enrola (y, más específicamente, como Cristo solía coincidir con Hillel más que con Shammai, la pregunta parece apuntada más a saber si también en eso coinciden). Esto explica la sorpresa y la indignación de los presentes que ante el “barrido” de toda autoridad de la Mishná le citan la Torá (“pero Moisés…”). Cristo se muestra más allá de la Torá aunque sin contradecirla. En esto, como en tantas otras cosas (en especial las relacionadas con el Sábado) Cristo muestra su divinidad a los judíos.

Pero volvamos al punto. Más allá de la posición sobre el divorcio el punto que quiero hacer notar es la sensibilidad y delicadeza de Jesús con la mujer. En ese contexto tan complejo para la mujer Cristo muestra siempre una dulzura especial y una igualdad (metafísicamente entendida) en cada trato. Podríamos hacer un post de cada encuentro de Cristo con cada mujer a la luz de este mundo.

En nuestro caso Cristo los iguala en el matrimonio mediante la cita del Génesis, los dos pasan a ser parte de la misma carne, los dos son lo mismo. Le quita el tono comercial (compra) y a la mujer ya no la considera un objeto que se compra sino que le otorga un sentido místico a la unión. El contraste es notable si se lee todas las prescripciones del Talmud al respecto.

Y respecto del divorcio opera una revolución que no existía en el momento. Sólo el hombre podía “dar el divorcio”. Es un tema que llega hasta la actualidad en las congregaciones ortodoxas si se puede “obligar” al hombre a dar el divorcio si la mujer lo pide (más allá, por supuesto, que una corte rabínica aún en estos tiempos será mucho más exigente para analizar una causa esgrimida por una mujer). Como anécdota en uno de los capítulos de la serie los “soprano” la familia de la mujer contrata a la mafia para que “convenza” al hombre de entregar el divorcio. Pero más allá de las interpretaciones lo indiscutido es que sólo el hombre puede dar el “guet” o “libelo” que termina el matrimonio.

Jesús, hace más de 2000 años, los pone en pide de igualdad y dice si el hombre repudia a la mujer… o si la mujer repudia al hombre… (Mc. 10). Más allá de que a ambos les dice que no lo notable es que en su pensamiento y en su discurso no ve ni hace diferencias. La mujer podía dar el libelo de repudio.


Estas cuestiones: entender el matrimonio como un acto bilateral y no como una “adquisición del hombre”; que las causas de divorcio sean iguales para ambos; que el divorcio pueda ser solicitado por la mujer y otras muchas son cosas que el feminismo judío (estamos hablando de la ortodoxia por lo que no hablamos del feminismo más radicalizado) está peleando y pidiendo en el 2020. Jesús ya lo hizo en el tiempo 0.




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