jueves, 10 de julio de 2014

El Estado de Israel y la diáspora judía



Hace un tiempo tuve la suerte de charlar con Santiago kovaldoff. Se trata de un autor con perfiles bastante variados pero de quien me ha impresionado muchísimo su libro “Lo irremediable”. En la charla surgieron temas varios de interés de este blog pero particularmente me recomendó la lectura de su último libro sobre el judaísmo “post diaspórico”. El planteo es: existiendo un estado de Israel ¿qué sentido tiene - para un judío- la diáspora en países diversos? Y ello conlleva, obviamente, a miles de planteos políticos, filosóficos, religiosos, etc. El libro plantea una respuesta al interrogante desarrollando una suerte de identidad del judaísmo post-diaspórico.

Dado que la temática ronda muchos de los planteos charlados en este blog se me ocurrió compartirles (en parte) el comentario que le envié a Kovaldoff sobre el libro. Es una pretensión un tanto descabellada por parte de un católico argentino ignorante de las cuestiones del judaísmo el tener algún comentario que merezca ser compartido con el autor… Pero es lo que hay, puro atrevimiento y desfachatez, como en todos los profundísimos temas charlados aquí.

Una aclaración previa: El Estado de Israel como cuestión histórica / filosófica / teológica / intelectual / política / cultural / etc. es demasiado amplia como para pretender siquiera plantearlo en un mero comentario. Lo que se reseña es una suerte de respuesta –desde el mismo judaísmo (aunque escrita por un católico)- a la pretensión de conformar un estado laico de Israel prescindente de la tradición judía. En cualquier caso, ya hemos hablado también del Estado Moderno y sus confesionalismos

Desde una formalidad sociológica o antropológica el nacimiento, eje o médula del judaísmo es la "eticidad social" de su funcionamiento. La constitución como pueblo y el reconocimiento de una "esencia propia o distinta" del judaísmo como tal -aunque no lo sea quizás desde un punto de vista histórico y/o teológico- está en el Sinaí. Allí se produce la doble Alianza, con Dios por un lado y -casi como un pacto social originario- la alianza o pacto social entre los diversos integrantes de la comunidad.  Esa Alianza, a su vez, se asienta en una promesa (divina o humana según la perspectiva) de una tierra prometida. Eso genera la configuración del otro elemento determinante del judaísmo que es la tensión espiritual (la cual, desde el punto de vista teológico se configura con la espera del Mesías).

Quitando a Dios de lado por un momento (aunque creo que es una renuncia que el judaísmo no tiene forma ontológica de efectuar sin perder su esencia), toda la trama de la Torá es eminentemente ético-social. La "identidad" del pueblo se encuentra en ese establecimiento de reglas de supervivencia individual y social en el desierto. La maestría talmúdica ha sido la construcción de grandes catedrales espirituales a partir de ello (de nuevo, todo ello en una mirada -inválida a mi juicio- a-religiosa).

Este corazón ético-social es la causa formal (en el sentido aristotélico como aquello que hace que algo sea eso y no otra cosa) del judaísmo no religioso (y también del religioso pero con otro contenido). Eso es lo que mantuvo en la diáspora un Israel meta histórico y meta geográfico, eso es lo que los hizo ser al mismo tiempo admirados y odiados en cada pueblo en el que vivieron. Esa es la esencia de la tradición judía y el pulmón donde bebe y justifica esa particularidad y excepcionalidad distintiva.

Ello, a nivel sociológico, ha sido quizás el mayor obstáculo de sociabilización e inculturación de los judíos en los diferentes pueblos o naciones donde se establecieron. La constante dicotomía entre el actuar para afuera y el actuar para adentro genera una nueva tensión espiritual a la que ni el judío ni el país diaspórico que fuera terminan nunca de habituarse.

Desde todos estos puntos de vista Israel, como estado, viene a ser la tierra prometida donde se juntan el mundo exterior y el mundo interior. Es la Tierra prometida que quita el estado de tensión espiritual y tensión social en la que vivió el judío en la diáspora. Es la renovación, justificación y superación del pacto social establecido en el Sinaí. Es la concreción de la promesa efectuada allí al constituirlos como una identidad separada y distinta.

Todo ello nos conduce a que el Israel debería ser -aún desde una mirada areligiosa- un templo viviente de la Torá donde ambos mundos, ambas miradas (interior y exterior) se junten. Y esa relación de pertenencia a la Torá y referencia constante a Israel -como lo era el templo de Jerusalén incluso para aquellos que no vivían allí- debiera ser la identidad del judío (post) diaspórico. En esa relación, en esa tensión, tiene sentido Israel y el judaísmo como identidad.

Si a ello le ponemos un contenido teológico la mirada es, por supuesto, mucho más rica en tanto es el mismo Dios quien entrega la Torá y promete la tierra. El "Dios crea al mundo mirando a la Torá" de la tradición rabínica la ubica como Razón Divina (el Logos Divino que es Cristo para la teología católica). La relación del judío con la Ley es constitutiva y no ya meramente social. Es su forma de participación en la divinidad, es la divinización del hombre (es el lugar que en el cristiano ocupa la Gracia como justificación salvífica de los méritos de la Redención de Cristo). El encontrar un lugar donde dedicarse individual y comunitariamente al cumplimiento de la Torá es una necesidad espiritual, la piedra angular de la religión (y por esto Cristo muestra su condición Divina ocupando el lugar –por arriba- de la Ley).

Y mucho más porque será el modo de construir Shalom y entrar en la era del Mesías. Se cumplirá el Salmo (en el entender judío pues para el cristiano eso se cumplió en la figura de Cristo como Mesías al igual que la configuración del Shalom como don divino: “os dejo mi Paz os doy mi Paz”) donde la misericorida y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan. El mundo interno (misericordia, fidelidad) se encuentran con su vestimenta externa y social (justicia y paz) anunciando las instauración de la era mesiánica.

En cambio, la instauración de un Estado de Israel al estilo del sionismo (como estado secular, laico, meramente político) parece ser un sinsentido, le falta identidad, le falta contenido. Lo mismo al judaísmo diaspórico. Y ello, de nuevo, más allá del contenido netamente religioso. Aún desde el punto de vista social la causa formal del judaísmo se encuentra en la Torá como pacto constitutivo del pueblo entero.

Lo judío sin su relación con la Torá poco tiene que decirle al mundo. El arquero del seleccionado de grecia es sin dudas mucho más griego que yo pero es posible que yo conozca la tradición filosófica griega más que él. Su pertenencia a Grecia es una pertenencia (histórico-política) pero la tradición griega es tan suya como mía. Nada hay en él que lo distinga (y más allá de lo importante y profundo que es el concepto de patria) de mí respecto de la tradición griega como cosmovisión. Sin lugar a dudas el conoce más que yo las costumbres, las comidas, los signos patrios, etc. de Grecia pero ¿es eso la tradición griega?

Freud no es -a mi juicio- judío aunque pueda considerárselo como tal en un sentido. Y es que su acervo filosófico no se constituye sobre el judaísmo (es más, intenta quitarle su especificidad) sino sobre un universo de conocimientos y mitos que eluden por todos lados el judaísmo. Buber, en cambio, es judío hasta cuando habla del cristianismo, de filosofía o incluso si hoy nos comentara partidos del mundial.

El judaísmo diaspórico (o post diaspórico) sin su relación con la Torá puede tener una identidad "patria", por llamarle de algún modo. Pero con ese criterio la comunidad judía no tendrá mucho que ofrecerle al mundo como, sin ningún desprecio, puede ocurrir con la comunidad armenia en nuestro país. Quiero decir (y para que no se malentienda) pueden trasmitirse costumbres, festividades, historias y cualquier otra cosa que una "patria" puede transmitir. No puede transmitir lo grande que tiene que es una cosmovisión. Y ello porque no puede haber cosmovisión judía sin la Torá.

Incluso nótese que todo esto lo escribo como cristiano. Para mí el judaísmo es mucho más que un pueblo, una religión o una cultura. Es una verdadera escuela de vida y oración.

Justamente en su relación con la Torá y su cumplimiento el judaísmo es el verdadero hermano mayor (en expresión de Juan Pablo II). El cristiano, como hermano menor y gastando a cuenta de la Gracia y el valor salvífico de la redención, perdió connaturalidad, amor y fidelidad con la Ley (como "norma" de vida justamente). Y ese efecto no deseado fue advertido incluso por el mismo Cristo que expresamente "validó" la cátedra de Moisés ("hagan lo que ellos dicen") en los maestros de la ley y advirtió que no pretendía modificarle una coma. Cristo no vino a derogar la ley sino a darle el contenido (vida exterior / vida interior).

Lo mismo en su vida y festividades. La fiesta de las tiendas como un ponerse en estado de necesidad para "sentir" la necesidad de Dios, como una "necesidad de sed", como una "necesidad de precariedad" es una escuela de oración perpetua. Lo mismo todas las costumbres y tradiciones pascuales del matza. Y así podría seguir incluso con algunas tradiciones más arcaicas como la de la purificación de la mujer. Esta tradición (construir la espiritualidad sobre el reverso del judaísmo) estaba muy presente en la tradición católica temprana como San Agustín de Hipona o incluso hasta el mismo Santo Tomás de Aquino pero se perdió en siglos posteriores entre batallas interreligiosas y antisemitismos. Es una falencia enorme en la tradición cristiana.



Natalio

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno! Y que bueno que ha vuelto. La gente preguntaba "y dónde fue a parar Natalio Ruiz...".

Juan Ignacio dijo...

no ocupa un lugar más en la Recoleta, ha vuelto; ya leeremos qué interesante

Natalio Ruiz dijo...

Gracias Juan por estar siempre alerta a las idas y venidas de este blog tan oscilante...

Respetos reencontrados.
Natalio