martes, 25 de noviembre de 2008

Una mujer al sacerdocio



El viernes pasado bautizamos, pronta y discretamente, a María del Pilar.

Otro día hablaremos de la falta de disposición de muchos ministros para administrar bienes ajenos (los sacramentos). A Dios gracias uno puede sortear dificultades con buenos y fieles amigos sacerdotes, pero no deja de preocuparme mucho el tema.

Pero el asunto hoy viene por otro lado.

Antes de iniciar cada rito el amigo fraile daba alguna pequeña descripción y explicación de lo que acontecería.

Al momento de la unción con el santo Crisma explicó que era la unción propia de los sacerdotes. Uno se integra con Cristo, el Ungido y Sacerdote.

En algún modo, a partir de ese sagrado momento, María del Pilar se convirtió en sacerdote, sacerdotisa católica. Al pensar en esto se me vinieron a la mente dos discusiones paralelas que sostuve en los comentarios de dos post: uno más tangencial y el otro más cercano al problema.

Se trata de la doctrina católica relativa al "sacerdocio universal de los fieles" que implica el sacerdocio de todos los bautizados.

Ahora bien, el hablar de "sacerdocio" para los fieles bautizados que no han recibido el sacramento del orden no implica que sean la misma cosa, dentro de la cual existen grados o plenitudes. Es decir, el consagrado mediante el sacramento del orden no es "sacerdote" en el mismo sentido que cualquier bautizado. Se trata de sacerdocios diferentes en esencia no en el grado o la plenitud (aunque se ordenan recíprocamente).

Para la diferencia entre ambos remito al catecismo y a los documentos del Concilio (como para mostrar el extremo que más insistió con diversos fundamentos teológicos en el sacerdocio universal). En cualquier caso, lo que recomiendo más enfáticamente es la lectura de la carta a los sacerdotes del Jueves Santo de 1979. Es una hermosura cuya lectura recomiendo (aunque tiene algunos puntos no del todo afines conmigo), especialmente, a los sacerdotes.

En cualquier caso, respecto a la cuestión particular, también pueden ver mi opinión en los comentarios a dicho post del Wanderer.

Pero lo que pensaba luego es en lo poco que se medita sobre el sacerdocio.

Creo que influyen cuestiones de diversa índole.

Por un lado, aquellos con una visión que podríamos llamar "clerical". "El padre dice", "el padre hace", "el padre acostumbra", etc. El "padre" es convertido en una suerte de tótem viviente, un oráculo actuante. Es el clericalismo militante.

Por otro, aquellos que como reacción a lo anterior se pasan para el otro lado. "El cura el lo mismo que nosotros", "se creen que el cura es una especie de ángel", "el cura peca como cualquiera, de hecho pecan más", "los curas son todos pedófilos", "los que usan sotana son los peores porque la usan para ocultar sus pecados", etc. El cura es un tipo como cualquiera, que no requiere ningún respeto particular que, si lo apurás, resulta más pecador que cualquiera ("y.....viste, con la vida que les hacen llevar que querés...., la culpa la tiene la iglesia"). En definitiva, un anticlericalismo radical.

Evidentemente hay grados y exageraciones en los dos extremos pero sirven para graficar una serie infinita de posiciones que se mueven dentro del gran péndulo que es la Iglesia terrena y sus hombres.

Dado que se dicen tantas cosas vamos a preguntarnos: ¿qué es el sacerdote?

Uno hombre, ni más ni menos. Santo, bueno, más o menos, regular o pecador. Con alegrías, tristezas, sueños y decepciones. Con vicios, virtudes, actos heroicos y pecados. Con risas y llantos, miserias y grandezas. En definitiva, un hombre. Como ud., como yo, como cualquiera. Cualquier virtud o pecado que ud. tenga no debe sorprenderle encontrarla en un sacerdote.

Ahora, ese hombre recibió un sacramento que "imprime carácter", se grava a fuego en su alma.

¿Eso lo hace un superhombre, un ángel, un santo? No.

El sacramento le otorga una misión, una función, un estado: lo constituye en administrador de las cosas divinas y, si me apuran, se puede decir que en algún sentido son también administradores de la divinidad en tanto naturaleza (II Pedro 1, 4).

Aquí es donde se diferencia en esencia del "sacerdocio universal", donde la palabra adquiere otro sentido (en rigor, el propio aunque no sea el sentido más antiguo de "sacer" "do").

Esto es lo que hace que sean los únicos que, plenamente y en rigor, ocupan el lugar de Cristo. Cuando el sacerdote consagra no dice "este es el Cuerpo de Cristo" sino que dice, en primera persona: "Este es MI Cuerpo". Cuando absuelve no dice "Cristo te perdona", dice "YO te absuelvo".

A este fin se le otorgan, además, gracias particulares o gracias de estado que lo "ayudan" (sólo eso) a cumplir con lo suyo.

¿Y entonces?

Entonces como hombres hay que entender que tienen problemas, virtudes y defectos como cualquier otro. Seguramente están más solos, más maltratados, más incómodos con el mundo. Seguramente necesiten más de tu ayuda que otros "próximos". Sufren tanto a los clericales que los agobian como a los anticlericales que los maltratan, y en el medio quedan solos.

Como hombres merecen que se les pague por su trabajo y que se atiendan sus necesidades. Esto está en el Evangelio, en San Pablo y en todos lados pero nadie lo mira. Los judíos hacen un contrato con su rabino donde estipulan paga y condición de vida (es otra cosa muy distinta como para analizar otro día, sólo lo cito por el tema del sustento). Nosotros, si se nos cae una moneda en la "canastita", nos sentimos los más magnánimos del mundo. "Ayudar al mantenimiento de la Iglesia" y sus ministros es un precepto muy olvidado que, además (y esto es lo más importante), es un deber de justicia no de caridad.

Como sacerdotes (en cuanto dignidad) merecen todo nuestro respeto y atención. Cuando uno hace honores a un rey no lo hace a "la persona" del rey sino a la corona que representa. El hombre o la persona es nada más que un soporte o "supositum" en el cual brilla la dignidad de las cosas santas que administra. El sacerdote más pecador, en cuanto sacerdote, sigue mereciendo todo nuestro respeto en cuanto a su dignidad indeleble.

¿Nada más? Sí, hay algo más.

En primer lugar, a ellos les dijo Cristo: "el que a ustedes los recibe a mí me recibe, al que a ustedes rechaza a mí me rechaza". Digo, me parece que tienen coronita con The Boss, yo me andaría con cuidado.

Como se volvió demasiado largo dejaremos aquí la cuestión, con su perfil "más clerical" si se quiere.

Pero volveremos en breve a tratar el problema desde la otra perspectiva, es decir, la del sacerdote.

Recuerdo por último que estas son sólo ideas de alguien que busca, no pretenden enseñar ni dogmatizar. Sólo compartir caminos recorridos.

Natalio


Pd: Mientras tanto, me deleito contemplando las almitas impecables de mis dos sacerdotisas domésticas.



lunes, 17 de noviembre de 2008

Deo gratias


Y a la hermosa Madre del Cielo que veló por sus hijos.

Y a la hermosa Madre terrena que tuvo que enfrentar el parto.

Justamente ayer pensaba en estas cosas al escuchar las lecturas de la misa del domingo. Después de varios días sin misas ni lecturas el reencuentro se produjo con verdaderas perlas.

En la primera lectura, del libro de los proverbios, apareció esto:

"¿Quién hallará una mujer fuerte? De mayor estima es que todas las preciosidades traídas de lejos y de los últimos términos del mundo.

En ella pone su confianza el corazón de su marido;...

Ella le acarrea el bien todos los días de su vida, y nunca el mal."

En el salmo escuché un frase que tengo siempre gravada en mi memoria:

"Tu esposa será como una vid fecunda en el seno de tu hogar; tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa.

¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor! "

Esto último, en su otra versión, "la bendición que da el Señor son los hijos", era lo que meditaba en la clínica con la beba en brazos durante las obligadas veladas nocturnas.

Y en la segunda lectura, sin mucha relación con el tema en su sentido, se leyó:

"Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores de parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar."

Esta lectura me recordó un asunto que siempre me llamó muchísimo la atención en toda la Biblia y, en particular, en el Nuevo Testamento. Los dolores de parto como signo de algo terrible y como signo de algo imprevisible e inminente en una mujer embarazada.

En particular, el asunto del parto como dolor en toda la revelación, siempre me remitió mentalmente a la vida por la muerte, la alegría mediante el dolor, etc. En definitiva, a la idea de la redención mediante la cruz y al problema del dolor en los planes inescrutables del Creador.

Cada arista mencionada es un tema enorme para tratar por separado, ya volveremos.

Mientras tanto, again, Deo gratias.

Natalio

Pd: Mención especial para Milkus que, superando las fronteras virtuales, se arrimó hasta la clínica con regalo y todo.

martes, 4 de noviembre de 2008

La Piedra Angular



Los judíos terminaron (hace dos semanas) en la fiesta de Sucot (de la cual hablé en su momento) con la lectura anual de la Torá. Llegan hasta el último punto del Deuteronomio y empiezan de nuevo (girando todo el rollo) por Génesis 1, en la primera Parasha que se llama, justamente, Bereshit (Génesis).

En la tradición jasídica se entienden comprendidos, en ese sábado, todos los demás y en ese trozo de la Torá (Génesis 1: el relato de la creación, la caída de Adán y Eva, etc.) todas las demás lecturas de la revelación.

En la Midrash (comentarios exegéticos a la Torá) se encuentra una idea antiquísima: Dios crea al mundo mirando la Torá. Es decir, se dice que antes de crear el mundo (se habla de 2.000 años antes) Dios crea la Torá la cual le sirve de "mapa" o "plano" para crear al mundo.

Esta idea es el fundamento último también de las ideas cabalíticas y gnósticas que entienden que en la revelación se encuentran todas las soluciones a cualquier problema o encrucijada que surja en el mundo. Si la Torá es el plano de toda la realidad física y espiritual debemos acudir a la Escritura en busca de respuestas. Éste es, generalmente para este tipo de tendencias, el nivel más alto de codificación de la revelación sólo apto para iniciados. Más allá de alguna realidad que pueda tener la idea siempre me resultó curioso que "lo más elevado" es, en rigor, lo más bajo. Si la revelación me enseña grandes secretos de la ciencia o la medicina poco me importan en comparación con lo otro que me enseña: los secretos de Dios. Aclaro de nuevo, no es que considere que no es importante (si realmente fuera así), simplemente me parece que no es lo "más elevado" que puede mostrame la revelación.

En cualquier caso, retomando el hilo, lo importante es la idea: Dios crea al mundo y al hombre a través de la Torá. Por esta razón los judíos buscan a Dios mediante el cumplimiento riguroso de la Torá, ése es el mapa que los conduce al Padre.

En este contexto aparece Cristo en el mundo y se ubica como reemplazo, fin y plenificación de la Torá. Dice: el nuevo mapa soy Yo, Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Ya no justifica la Torá, justifico Yo. Ya no sigan a la Torá siganme a mí (que no modifico ni una coma de la Torá).

Esta es la clave para entender infinidad de cosas que van desde el sentido de Justicia y justificación en Cristo o en la Torá (todo San Pablo) hasta la problemática relativa al modo de supervivencia de toda la "Antigua Alianza" en la Nueva que empieza con la disputa de Pedro y Pablo en el primer concilio y continúa, transformada, hasta nuestros días.

Hoy me voy a limitar -habiendo señalado el camino del que se desprenden infinidad de senderos (algunos de los cuales retomaremos otro día)- a una aplicación que tiene que ver, justamente, con la parasha Bereshit.

Cuando San Juan inicia su evangelio con las palabras "En el principio" (Génesis, Bereshit) no se trata de una casualidad, está reescribiendo (en su dimensión plena) la creación del mundo. "...era el Verbo (Logos)". Juan reemplaza la antigua idea de Torá como Logos por Cristo y por eso dice "Por Él fueron hechas todas las cosas: y sin Él no se ha hecho cosa alguna de cuantas han sido hechas".

¿Por qué los judíos, que tienen tantos elementos al alcance, no pueden ver tanta evidencia? Porque "están sumergidos en la incredulidad para dar lugar a la misericordia que vosotros habéis alcanzado, a fin de que a su tiempo consigan ellos también misericordia". (Rom. 11, 31)

Un misterio eterno que, aunque le vengo pasando cerca desde hace un tiempo, no me animo a afrontar todavía.

Sin embargo, algunos como Neusner o Buber tuvieron la oportunidad de verlo con alguna claridad. ¿Y qué pasó? Les faltó la dimensión social del mesianismo que esperaban, el mundo no se transformó en paz y amor después de la venida de Cristo.

¿No es raro que viéndolo tan claramente no lo hayan entendido? No, el Evangelio de hoy lo explica (y explica también Rom. 11, 31): los invitados en primer lugar tenían cosas temporales que atender y, gracias a que ellos no quisieron ir, nos invitaron a nosotros.


Natalio