El viernes pasado bautizamos, pronta y discretamente, a María del Pilar.
Otro día hablaremos de la falta de disposición de muchos ministros para administrar bienes ajenos (los sacramentos). A Dios gracias uno puede sortear dificultades con buenos y fieles amigos sacerdotes, pero no deja de preocuparme mucho el tema.
Pero el asunto hoy viene por otro lado.
Antes de iniciar cada rito el amigo fraile daba alguna pequeña descripción y explicación de lo que acontecería.
Al momento de la unción con el santo Crisma explicó que era la unción propia de los sacerdotes. Uno se integra con Cristo, el Ungido y Sacerdote.
En algún modo, a partir de ese sagrado momento, María del Pilar se convirtió en sacerdote, sacerdotisa católica. Al pensar en esto se me vinieron a la mente dos discusiones paralelas que sostuve en los comentarios de dos post: uno más tangencial y el otro más cercano al problema.
Se trata de la doctrina católica relativa al "sacerdocio universal de los fieles" que implica el sacerdocio de todos los bautizados.
Ahora bien, el hablar de "sacerdocio" para los fieles bautizados que no han recibido el sacramento del orden no implica que sean la misma cosa, dentro de la cual existen grados o plenitudes. Es decir, el consagrado mediante el sacramento del orden no es "sacerdote" en el mismo sentido que cualquier bautizado. Se trata de sacerdocios diferentes en esencia no en el grado o la plenitud (aunque se ordenan recíprocamente).
Para la diferencia entre ambos remito al catecismo y a los documentos del Concilio (como para mostrar el extremo que más insistió con diversos fundamentos teológicos en el sacerdocio universal). En cualquier caso, lo que recomiendo más enfáticamente es la lectura de la carta a los sacerdotes del Jueves Santo de 1979. Es una hermosura cuya lectura recomiendo (aunque tiene algunos puntos no del todo afines conmigo), especialmente, a los sacerdotes.
En cualquier caso, respecto a la cuestión particular, también pueden ver mi opinión en los comentarios a dicho post del Wanderer.
Pero lo que pensaba luego es en lo poco que se medita sobre el sacerdocio.
Creo que influyen cuestiones de diversa índole.
Por un lado, aquellos con una visión que podríamos llamar "clerical". "El padre dice", "el padre hace", "el padre acostumbra", etc. El "padre" es convertido en una suerte de tótem viviente, un oráculo actuante. Es el clericalismo militante.
Por otro, aquellos que como reacción a lo anterior se pasan para el otro lado. "El cura el lo mismo que nosotros", "se creen que el cura es una especie de ángel", "el cura peca como cualquiera, de hecho pecan más", "los curas son todos pedófilos", "los que usan sotana son los peores porque la usan para ocultar sus pecados", etc. El cura es un tipo como cualquiera, que no requiere ningún respeto particular que, si lo apurás, resulta más pecador que cualquiera ("y.....viste, con la vida que les hacen llevar que querés...., la culpa la tiene la iglesia"). En definitiva, un anticlericalismo radical.
Evidentemente hay grados y exageraciones en los dos extremos pero sirven para graficar una serie infinita de posiciones que se mueven dentro del gran péndulo que es la Iglesia terrena y sus hombres.
Dado que se dicen tantas cosas vamos a preguntarnos: ¿qué es el sacerdote?
Uno hombre, ni más ni menos. Santo, bueno, más o menos, regular o pecador. Con alegrías, tristezas, sueños y decepciones. Con vicios, virtudes, actos heroicos y pecados. Con risas y llantos, miserias y grandezas. En definitiva, un hombre. Como ud., como yo, como cualquiera. Cualquier virtud o pecado que ud. tenga no debe sorprenderle encontrarla en un sacerdote.
Ahora, ese hombre recibió un sacramento que "imprime carácter", se grava a fuego en su alma.
¿Eso lo hace un superhombre, un ángel, un santo? No.
El sacramento le otorga una misión, una función, un estado: lo constituye en administrador de las cosas divinas y, si me apuran, se puede decir que en algún sentido son también administradores de la divinidad en tanto naturaleza (II Pedro 1, 4).
Aquí es donde se diferencia en esencia del "sacerdocio universal", donde la palabra adquiere otro sentido (en rigor, el propio aunque no sea el sentido más antiguo de "sacer" "do").
Esto es lo que hace que sean los únicos que, plenamente y en rigor, ocupan el lugar de Cristo. Cuando el sacerdote consagra no dice "este es el Cuerpo de Cristo" sino que dice, en primera persona: "Este es MI Cuerpo". Cuando absuelve no dice "Cristo te perdona", dice "YO te absuelvo".
A este fin se le otorgan, además, gracias particulares o gracias de estado que lo "ayudan" (sólo eso) a cumplir con lo suyo.
¿Y entonces?
Entonces como hombres hay que entender que tienen problemas, virtudes y defectos como cualquier otro. Seguramente están más solos, más maltratados, más incómodos con el mundo. Seguramente necesiten más de tu ayuda que otros "próximos". Sufren tanto a los clericales que los agobian como a los anticlericales que los maltratan, y en el medio quedan solos.
Como hombres merecen que se les pague por su trabajo y que se atiendan sus necesidades. Esto está en el Evangelio, en San Pablo y en todos lados pero nadie lo mira. Los judíos hacen un contrato con su rabino donde estipulan paga y condición de vida (es otra cosa muy distinta como para analizar otro día, sólo lo cito por el tema del sustento). Nosotros, si se nos cae una moneda en la "canastita", nos sentimos los más magnánimos del mundo. "Ayudar al mantenimiento de la Iglesia" y sus ministros es un precepto muy olvidado que, además (y esto es lo más importante), es un deber de justicia no de caridad.
Como sacerdotes (en cuanto dignidad) merecen todo nuestro respeto y atención. Cuando uno hace honores a un rey no lo hace a "la persona" del rey sino a la corona que representa. El hombre o la persona es nada más que un soporte o "supositum" en el cual brilla la dignidad de las cosas santas que administra. El sacerdote más pecador, en cuanto sacerdote, sigue mereciendo todo nuestro respeto en cuanto a su dignidad indeleble.
¿Nada más? Sí, hay algo más.
En primer lugar, a ellos les dijo Cristo: "el que a ustedes los recibe a mí me recibe, al que a ustedes rechaza a mí me rechaza". Digo, me parece que tienen coronita con The Boss, yo me andaría con cuidado.
Como se volvió demasiado largo dejaremos aquí la cuestión, con su perfil "más clerical" si se quiere.
Pero volveremos en breve a tratar el problema desde la otra perspectiva, es decir, la del sacerdote.
Recuerdo por último que estas son sólo ideas de alguien que busca, no pretenden enseñar ni dogmatizar. Sólo compartir caminos recorridos.
Natalio
Otro día hablaremos de la falta de disposición de muchos ministros para administrar bienes ajenos (los sacramentos). A Dios gracias uno puede sortear dificultades con buenos y fieles amigos sacerdotes, pero no deja de preocuparme mucho el tema.
Pero el asunto hoy viene por otro lado.
Antes de iniciar cada rito el amigo fraile daba alguna pequeña descripción y explicación de lo que acontecería.
Al momento de la unción con el santo Crisma explicó que era la unción propia de los sacerdotes. Uno se integra con Cristo, el Ungido y Sacerdote.
En algún modo, a partir de ese sagrado momento, María del Pilar se convirtió en sacerdote, sacerdotisa católica. Al pensar en esto se me vinieron a la mente dos discusiones paralelas que sostuve en los comentarios de dos post: uno más tangencial y el otro más cercano al problema.
Se trata de la doctrina católica relativa al "sacerdocio universal de los fieles" que implica el sacerdocio de todos los bautizados.
Ahora bien, el hablar de "sacerdocio" para los fieles bautizados que no han recibido el sacramento del orden no implica que sean la misma cosa, dentro de la cual existen grados o plenitudes. Es decir, el consagrado mediante el sacramento del orden no es "sacerdote" en el mismo sentido que cualquier bautizado. Se trata de sacerdocios diferentes en esencia no en el grado o la plenitud (aunque se ordenan recíprocamente).
Para la diferencia entre ambos remito al catecismo y a los documentos del Concilio (como para mostrar el extremo que más insistió con diversos fundamentos teológicos en el sacerdocio universal). En cualquier caso, lo que recomiendo más enfáticamente es la lectura de la carta a los sacerdotes del Jueves Santo de 1979. Es una hermosura cuya lectura recomiendo (aunque tiene algunos puntos no del todo afines conmigo), especialmente, a los sacerdotes.
En cualquier caso, respecto a la cuestión particular, también pueden ver mi opinión en los comentarios a dicho post del Wanderer.
Pero lo que pensaba luego es en lo poco que se medita sobre el sacerdocio.
Creo que influyen cuestiones de diversa índole.
Por un lado, aquellos con una visión que podríamos llamar "clerical". "El padre dice", "el padre hace", "el padre acostumbra", etc. El "padre" es convertido en una suerte de tótem viviente, un oráculo actuante. Es el clericalismo militante.
Por otro, aquellos que como reacción a lo anterior se pasan para el otro lado. "El cura el lo mismo que nosotros", "se creen que el cura es una especie de ángel", "el cura peca como cualquiera, de hecho pecan más", "los curas son todos pedófilos", "los que usan sotana son los peores porque la usan para ocultar sus pecados", etc. El cura es un tipo como cualquiera, que no requiere ningún respeto particular que, si lo apurás, resulta más pecador que cualquiera ("y.....viste, con la vida que les hacen llevar que querés...., la culpa la tiene la iglesia"). En definitiva, un anticlericalismo radical.
Evidentemente hay grados y exageraciones en los dos extremos pero sirven para graficar una serie infinita de posiciones que se mueven dentro del gran péndulo que es la Iglesia terrena y sus hombres.
Dado que se dicen tantas cosas vamos a preguntarnos: ¿qué es el sacerdote?
Uno hombre, ni más ni menos. Santo, bueno, más o menos, regular o pecador. Con alegrías, tristezas, sueños y decepciones. Con vicios, virtudes, actos heroicos y pecados. Con risas y llantos, miserias y grandezas. En definitiva, un hombre. Como ud., como yo, como cualquiera. Cualquier virtud o pecado que ud. tenga no debe sorprenderle encontrarla en un sacerdote.
Ahora, ese hombre recibió un sacramento que "imprime carácter", se grava a fuego en su alma.
¿Eso lo hace un superhombre, un ángel, un santo? No.
El sacramento le otorga una misión, una función, un estado: lo constituye en administrador de las cosas divinas y, si me apuran, se puede decir que en algún sentido son también administradores de la divinidad en tanto naturaleza (II Pedro 1, 4).
Aquí es donde se diferencia en esencia del "sacerdocio universal", donde la palabra adquiere otro sentido (en rigor, el propio aunque no sea el sentido más antiguo de "sacer" "do").
Esto es lo que hace que sean los únicos que, plenamente y en rigor, ocupan el lugar de Cristo. Cuando el sacerdote consagra no dice "este es el Cuerpo de Cristo" sino que dice, en primera persona: "Este es MI Cuerpo". Cuando absuelve no dice "Cristo te perdona", dice "YO te absuelvo".
A este fin se le otorgan, además, gracias particulares o gracias de estado que lo "ayudan" (sólo eso) a cumplir con lo suyo.
¿Y entonces?
Entonces como hombres hay que entender que tienen problemas, virtudes y defectos como cualquier otro. Seguramente están más solos, más maltratados, más incómodos con el mundo. Seguramente necesiten más de tu ayuda que otros "próximos". Sufren tanto a los clericales que los agobian como a los anticlericales que los maltratan, y en el medio quedan solos.
Como hombres merecen que se les pague por su trabajo y que se atiendan sus necesidades. Esto está en el Evangelio, en San Pablo y en todos lados pero nadie lo mira. Los judíos hacen un contrato con su rabino donde estipulan paga y condición de vida (es otra cosa muy distinta como para analizar otro día, sólo lo cito por el tema del sustento). Nosotros, si se nos cae una moneda en la "canastita", nos sentimos los más magnánimos del mundo. "Ayudar al mantenimiento de la Iglesia" y sus ministros es un precepto muy olvidado que, además (y esto es lo más importante), es un deber de justicia no de caridad.
Como sacerdotes (en cuanto dignidad) merecen todo nuestro respeto y atención. Cuando uno hace honores a un rey no lo hace a "la persona" del rey sino a la corona que representa. El hombre o la persona es nada más que un soporte o "supositum" en el cual brilla la dignidad de las cosas santas que administra. El sacerdote más pecador, en cuanto sacerdote, sigue mereciendo todo nuestro respeto en cuanto a su dignidad indeleble.
¿Nada más? Sí, hay algo más.
En primer lugar, a ellos les dijo Cristo: "el que a ustedes los recibe a mí me recibe, al que a ustedes rechaza a mí me rechaza". Digo, me parece que tienen coronita con The Boss, yo me andaría con cuidado.
Como se volvió demasiado largo dejaremos aquí la cuestión, con su perfil "más clerical" si se quiere.
Pero volveremos en breve a tratar el problema desde la otra perspectiva, es decir, la del sacerdote.
Recuerdo por último que estas son sólo ideas de alguien que busca, no pretenden enseñar ni dogmatizar. Sólo compartir caminos recorridos.
Natalio
Pd: Mientras tanto, me deleito contemplando las almitas impecables de mis dos sacerdotisas domésticas.