miércoles, 3 de febrero de 2016

Una enseñanza de los Hermanos Mayores





En estos días muchos se vuelven locos intentando interpretar a través de viejos y nuevos documentos lo que está clarísimo (en el marco del profundo misterio que representa con sus consecuentes interrogantes que no podemos ni debemos intentar develar) en San Pablo (más allá del Evangelio mismo) y en los padres (especialmente Santoto y San Agustín). Quizás lo que ocurre es que la respuesta que encuentren no les guste (a unos porque les parecerá demasiado “judaizante” o otros porque les resultará intransigente en su ortodoxia). Esto pasa desde siempre. Y lo otro que también ocurre es que se pretende racionalizar algunos misterios ante los cuales hasta San Pablo hizo silencio… pero hoy, como siempre, hay gente que entiende de estas cosas más que San Pablo. Hay una cierta necesidad de pelearse con los hermanos mayores.

Mientras tanto vuelvo del silencio porque la “parashá” de esta semana que pasó trae algunas cuestiones interesantes para quienes intentan ver en la tradición judía el otro lado del bordado y entender, desde allí, la inmensidad de algunos misterios.

El texto de la Parashá es la entrega de la Torá y los diez mandamientos por Dios a Moisés. Hay en la Midrash dos referencias que me resultan de gran interés.

La primera es que la Midrash enseña que Dios sólo en dos momentos se deja ver y se comunica abiertamente con el pueblo. Una fue al momento de entregar la Torá y los Diez mandamientos y la segunda es con la venida del Mesías.

Surge aquí, una vez más, la superposición que hay entre lo que en la Tradición Católica es “el Verbo” (segunda persona de la Santísima Trinidad) y la Torá. Claramente no son lo mismo pero el Verbo funde en su persona la Torá. Ya lo charlamos a partir del Génesis y el Evangelio de San Juan con el “Dios crea al mundo mirando la Torá” en cuanto “mapa” de todo lo que existe. Aquí el Verbo, hecho carne y Mesías, es la tabla de Salvación para el judío. El judío se salva por la Torá, ahora el judío se salva por el Mesías (el Verbo).

Dios se “abre”, se “presenta”, se “muestra” en la Midrash en dos momentos. En la primera Alianza mediante la Torá y en la Segunda Alianza en el Jordán. Dios abre los cielos al entregar la Torá y pide su cumplimiento. Dios abre los cielos en el Jordán y en el Tabor, presenta a su hijo y ordena que lo escuchen.

Cristo aparece como un calce perfecto con la Torá, es la piedra angular. En la forma es exactamente igual aunque en profundidad la vuelve infinita. Cristo no viene a cambiar la Ley, viene a tornarla plena. Cristo es el Señor del Shabat y de los 613 Mitzvot. Cristo muestra en cada gesto lo que enseñaba este texto de la Midrash.

La segunda es que la Midrash dice que los dos primeros mandamientos fueron entregados a todo el pueblo judío. La Alianza se estableció con todos y cada uno de los integrantes del pueblo judío pidiendo su aceptación individual pero la presencia divina era tan grande que en mismo momento se separaron todos sus cuerpos de sus espíritus. No pudieron soportar, como frágil recipiente, el contenido de la Torá vertido directamente por Dios. Luego Dios envío de nuevo las almas a los cuerpos pero el pueblo ya no quiso recibir directamente la Torá sino que pidió la intermediación de Moisés. Así es que la Torá es recibida por Moisés como intermediador (Pontífice) entre Dios y el Pueblo.

Para la Segunda Alianza Dios pone un Pontífice, El Sumo Pontífice, el Verdadero Pontífice que posee en si mismo los dos extremos del puente, es Dios como Dios, es Hombre como el hombre. Sólo mediante un Hombre/Mesías/Cristo/Dios es posible entregar al hombre la plenitud de la Ley.


Y sólo en la permanencia de ese Hombre/Dios en su Iglesia y en la Eucaristía es posible encontrar la salvación. Sólo en la Iglesia de Cristo está la Salvación. Así lo enseña la Midrash.


Natalio