martes, 29 de septiembre de 2009

Los judíos, Muret, el Coronel y el fin del mundo

Hace mucho que estaba sin aportar por el blog. Como cada tanto ocurre, la profesión me impone las tiras y me hace correr de aquí para allá durante un tiempo. Lo curioso de este caso es que ello no impidió que siguiera pensando en el blog.

En uno de los frentes me encontré, casi que como adversario, a un afamado comentarista de importantes blogs: Muret. Después de enterarnos que conocíamos infinidad de círculos, gente y otras tantas cosas en común, descubrimos también que compartíamos afinidades espirituales.

En uno de los recreos surgió el asunto que hoy traigo y utilizo para darle una cálida bienvenida al blog, rendirle un pequeños homenaje por su condición de "sesudo comentarista" e invitarlo a que escriba en este humilde espacio.

Comienzo por algunas cuestiones preliminares, indispensables para lo que sigue.

No es ningún secreto que el día de los judíos comienza con la aparición de la primera estrella de la noche, es decir, el sábado comienza con la primera estrella del viernes y así con todos los días. Es una tradición inveterada que otro día podemos ver, pensar y discutir como quedó en el Cristianismo (porque hay opiniones encontradas).

Ya les he contado que la tradición judía sostiene que "Dios crea al mundo mirando la Torá". Es decir, en la Torá están todas las explicaciones acerca de lo creado.

Todo el mundo sabe también que el relato de los días de la creación es fuente de inspiración de mil doctrinas en el judaísmo (en especial para las corrientes cabalísticas) y que, en particular, es lo que determina su "Shabbat" o descanso semanal. Así como Dios descansó el séptimo día, también los hombres descansan el séptimo día.

Por su parte el Salmista reza: "un día en tu presencia son como mil años......"

¿Y qué con todo esto?

Todo eso sirve para que se entienda una idea de la tradición jasídica.

El tiempo es histórico para nosotros pero no para Dios y tampoco para "todo" lo creado. Los siete días de la creación, por ejemplo, fueron, son y serán. Existieron en un momento determinado de la historia pero, de otro modo, están siendo....

Ellos entienden que en la Torá Dios revela las reglas y los secretos del mundo. En particular, en el relato de los días de la creación Dios revela la historia y la medida temporal del mundo.

¿Y cuál será la medida del "pasaje" de los días a las "jornadas" en la historia del mundo? Un día en tu presencia son como mil años......

Entonces hacen cuentas y empiezan: el primer día fueron los primeros 1.000 años, el segundo......., hasta el séptimo día que empieza con el año 6.000.

Pero como el día no comienza con el alba sino con la primera estrella, el séptimo día no comienza en el 6.000 sino con la primera estrella de la noche anterior. ¿Y cuál será? Hay varias teorías y se matan entre ellos pero básicamente están los que dicen que se produce con el primero después de la mitad (año 5.501) o los que dicen que es en realidad el primero después de la mitad de la mitad (año 5.751).

Es decir que estamos ingresando (o ya ingresamos) en el Shabbat de la historia de la humanidad. ¿Y qué significa esto? En resumidas cuentas puede decirse que implica la llegada del Mesías y, con él, el establecimiento de Shalom sobre la tierra (que es algo más que paz como suele entendérsela aunque es correlativo al verdadero sentido de paz como "tranquilidad en el orden"). La vida plena y feliz del mundo bajo el reinado del Mesías por un término de 1.000 años.

Los judíos acaban de celebrar el Rosh Hashana 5.770 y todas las corrientes jasídicas están alborotadas con la inminente llegada del Meshiaj con la que deben colaborar como ya charlamos (unos entienden que ya nació pero todavía no se manifestó, otros creen que fue "el Rebe" (el último de Lubavithch) que seguirá en espíritu, otros entienden que se manifestará con el nuevo templo, etc.).


Pasando al Cristianismo....

Este reinado del Mesías durante mil años tiene una vertiente herética conocida como milenarismo.

Sin embargo, el amigo Coronel (que en este juego de casualidades y causalidades quizás conozca a Muret) decía (cuando hablamos del Pueblo de Sacerdotes) que hay una posibilidad no herética de la cuestión. Nos recuerda que el catecismo ha introducido un costado de la cuestión al decir:

674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).

Y la respuesta de San justino al judío Tifrón .

Por su parte, Muret mete bocado recomendando San Elías de Michael O'Brien.


Yo vuelvo a los ciclos de la historia en la Cristiandad. Y para que no me acusen de buscar citas "ad hoc" sólo traigo un par citadas en el artículo recomendado por el Coronel:

“La séptima edad será nuestro sábado, y que no tiene atardecer y concluirá en el día dominical, día octavo y eterno, consagrado por la resurrección de Cristo, y en el que se dará descanso eterno no sólo del espíritu sino también del cuerpo” (San Agustín)

“Así como Dios en seis días creó el mundo, y en el séptimo descansó, así el cuerpo místico de Cristo tiene seis edades, y una séptima que corre junto a la sexta” (San Buenaventura)

“Este octavo día -dice allí San Agustín- es la nueva vida al fín de los siglos. Y el séptimo es el futuro descanso de los Santos en esta tierra. Pues reinará el Señor en la Tierra con sus Santos, como dicen las Escrituras, y tendrá aquí la Iglesia en la que no entrará mal alguno, separada y limpia de todo contacto de perversidad” (San Agustín)

¿Y entonces? Entonces nada, hay mucho para pensar......


Natalio


martes, 22 de septiembre de 2009

Pan y Vino en el monte Athos




Pan de Vida

Lo he visto por dentro
En la rugosa cripta de mis húmedas entrañas
No menos que en la inmensidad ajena
Que se abre a mis pies cuando baja la marea.
Un populoso mundo de escombros y muñones
Huesos secos esparcidos
Desolada bruma densa
Y entre medio un grito
Solo, perdido
Sin fuerza, dolido
Agotado, desganado, malherido,
Clamando una gota de sentido.

Muere el niño inocente
Brama Camus desde su Peste;
Muere el noble, el indecente
Ideal, amor, proyecto, meta:
Todo cae y muere:
es ist in allen...aporta el Poeta
Esta misma mano cae y desvanece
En desoladas playas inertes
De insípidos salitres que no saben ya salar
La insoportable levedad de toda muerte.

— Alarga tu mano al alimento prohibido
Y serás divino.

La herrumbre del pecado aún no lo ha borrado:
En el fangoso fondo de las almas ciegas
Al tembloroso tacto
Memoria y nostalgia se repliegan
Y vuelven a leer -desdibujada-
La punzante razón de su condena:
Has querido comerte la Vida
Y terminaste sentado
Revolcado en la ponzoña
De un fúnebre banquete
De negros manteles, hedor y roña
Entre platos de muerte y copas de pecado.

Allí,
Debajo de aquel árbol
La muerte comí
Que como un eco abruma sobre el tiempo
Su pestilente y rancio hedor.
Y sobre el orbe entero
Alargan sus lúgubres sombras
Aquellos platos, aquellas copas
Repletos del más funesto desamor.

Pero aquella populosa marea
De escombros y muñones
Más aún retrocedió.
Y yo vi lo que ningún ojo vio:
El negro mar lleno de muerte se abrió en dos
Y un Camino Viviente lo surcó
Y desde Oriente la bruma levantó
Y aunque llanto y pasmo me atontaba
Yo estuve allí y Lo miraba:
Recortado entre medio de las ruinas circulares
Un inmenso árbol conocí,
Frondoso, tupido
De tronco añejo, más que el mundo,
De brotes tiernos, más nuevos que el día.
Y yo, temblando
Hincado entre escombros y muñones
Lo oí:

— Alarga tu mano al Pan Vivo
Y serás divino.


el Athonita

Vino de Melancolía

Je sais que nous buvons à la même coupe
Tous le deux.
Elle est cet horizon commun de notre exil.

P. Claudel

Sobre la intemperie interior
Llueve la más delgada de las lluvias
Minuciosa, obsesiva,
Sórdido lamento de un cosmos en parto y agonía.
Todo es bruma gris
Melancolía
Mojada tarde
Impregnada de olores añejos y primarios.
Y dentro de la nube: añoranza.
Nostalgia de un sol ido
Que aunque nunca hubiera estado
Siempre sería ido.

Y empino la Copa
Horizonte, Umbral, Seña y Roca
Y cuando paladeo
La prenda de la gloria futura
Llega lo que me da miedo:
Crece el deseo,
Fluye indomable la bruma
Y grito hacia la Fuente
Sin ver ni su figura:
si me olvido de Ti, mi Locura
que se me apague el paladar
y deponga todo gusto y todo hablar
!

Ante este Cáliz virginal
Madre ensangrentada
Dejo mi rasa sandalia
Huelo y bebo
Buscando sobre el rojo mar de sangre
El aroma o los rasgos oh Madre
Del que exiliado, me exilió
Del que estuvo y se marchó
Y en prenda me dejó
Este punzante deseo,
Que quiero y que no quiero
Dolor lacerante en el ser
Por unos ojos que no tolero no ver.

Huelo y bebo
El Sésamo que abre antiguas noches
De aromas que lastiman
De diálogos, de risas, de guiños, de silencios
Idos.

Y bebo en frenesí
El morado Río entero
Que barreno o remonto -ya ni eso veo-
Buscando esa piedra primaveral
Sobre la cual
Un día que ya fue y no así
Me bebiste y te comí.

Y bebo
Aspiro suspiro huelo
La furia del fuego
Taninos infinitos;
Canelas, robles y ciruelas
Grosellas, acacias, eucaliptos
Que activan la memoria
De cenas, de bosques, de viajes: ¡tu Cara!
Y yo atesoro la punzada,
Aunque arda
Como lo mejor de mi mismo
Como suspiro sincero de mi nada enamorada.


el Athonita

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Effatá, Shemmá

(Glosa a Mc 7,31-37)

— Temprano, bien temprano habrá que arrancar mañana, si queremos llegar a remontar el Leontes y dormir en las altas cumbres —avisó el Señor a los Doce.
— “Al que madruga, Dios lo ayuda” —aportó Bartolomé, con ingenuo candor, sin sospechar que el piadoso dicho popular no caía bien al Maestro.
— ¡Dios ayuda al que madruga y antes, y más, ayuda a madrugar! —fulminó Cristo con ojos encendidos.

Largo y sinuoso sería el viaje. Pero prometía belleza como pocos.
Harían más de cien kilómetros, y el plan del itinerario preveía consumir para ello dos jornadas, y tal vez algo más.
Aún estaba oscuro cuando salieron los trece, muy de madrugada, a paso firme, de la todavía dormida Sidón.
El camino bordeaba el Mar Mediterráneo, aunque —según los recovecos topográficos— se alejaba o acercaba a la costa. Inmensos cedros del Líbano escoltaban el minúsculo sendero, ofreciendo a los silenciosos caminantes una suerte de Guardia de Honor de mudos gigantes que secretamente se arqueaban ante el paso hidalgo del Verbo Eterno en Quien todo fuera hecho y en cuyo Decir todo conservaba consistencia en el ser.
El grueso alfombrado de pinocha hacía el andar más misterioso aún, casi mudo.
Sólo parecía atreverse a desafiar el Silencio del Cristo de camino, el impertinente rugir del Mar Grande, rompiendo con violencia contra los peñascos fenicios. Parecía el chirrear del averno iracundo y desesperado por el “hasta aquí llegaste” de la Voz de Dios, que con Carne palestina, camina el Mundo, muy de madrugada, bajando de Sidón hacia Tiro, a punto de decirle al sol: ¡amanece!

Y amanece en Palestina.
Desde atrás del Monte Hermón asoma con tímida sumisión la primera claridad.
Y el Maestro se detiene. Y con Él, todos... y todo.
La primavera, explosiva, despliega —modestamente primero; luego, desinhibida— uno por uno sus encantos: aromas, colores, trinar de pájaros, brisas meciendo cedros y sicómoros... y el Verbo, el Cristo, muy de pie, cual director de orquesta ante el ensayar desordenado de todos los músicos, sube a su tarima —un descuajado cedro— y entona Su prístino Shemmá Israel.
Como armónicos reverberantes, la orquesta entera responde: Tú eres nuestro Rey; Tú afirmaste el orbe, lo hiciste inconmovible. El Cielo se alegra, la tierra se regocija; retumba el mar y cuanto contiene; exulta el campo con todos sus frutos y gritan de júbilos los árboles del bosque...

Hacia el mediodía pasaron por Sarepta, aunque no entraron. El sol se había puesto fuerte. El Señor, que iba puntero, relojeó a Juan, el más chico, y al verlo empapado de calor, se detuvo. Comamos algo acá —avisó al grupo, apoyando la palma abierta de su mano sobre la cabeza del discípulo amado.
Entre la bruma del acaldado mezzogiorno, tras el candente polvaderal, se recortaba la antigua Sarepta de los cananeos.

— ¿Saben por qué Elías pudo hacer el milagro aquí y no en favor de las muchas viudas que habían en Israel?
— Porque nadie es profeta en su tierra —apuró Tomás.
— ¿Pero por qué? —insistió el Señor.
— Porque la familiaridad produce acostumbramiento —arremetió Andrés, esmerándose en mostrar que lo había atendido en la Sinagoga de Nazaret— y la costumbre impide el milagro, atonta la mente y la fe.
— Y atonta el amor —aportó Juan, tímidamente.
— Sí, sí. Han hablado bien —sentenció el Maestro—. La costumbre impide el milagro. Pero... ¿por qué?

Sólo se sentía el desganado chirrear de cigarras y chicharras y el afanoso mordisquear de los comensales. Y el sutil tremolar de polvo, nimbando la facalda siesta fenicia.

— Saben, —avanzó el Maestro— La costumbre impide el milagro porque obstruye la escucha. Ustedes, por ejemplo, no han sabido escuchar todo lo que se ha dicho desde que salimos de Sidón.
— ¡Pero si has andado la mañana entera taciturno y callado! —emprendió el flemático Pedro, experto en azuzar el avispero...
— La tierra entera ha cantado la Gloria de Dios y ustedes no supieron escuchar su voz. Y no escuchan, porque el acostumbramiento les ha pervertido el oído.
Ustedes oyen sin escuchar. Como miran sin ver.
Porque oyen y miran demasiado. Hasta el embotamiento.
Tienen atascado el oído de mil palabras y conceptos, que taponan el acceso de mi Voz a vuestro interior.

Un silencio señorial cubrió al puñado de harapientos amuchados bajo la sombra de unas añejas retamas en flor. Un par de tórtolas arrullaba lo suyo, mientras incansables abejorros disfrutaban del dorado dulzor de la retama.
Todos tenían los ojos fijos en Él. Y aunque poco Lo entendían (y cada vez menos), una curiosa habilidad o instinto habían logrado desarrollar en estos años: ante un timbre muy determinado del Maestro (que podía surgir en la coyuntura menos pensada) sólo cabía callar, mirarlo, y atenderlo.

—Sí; no hay mayor tragedia que esta: mi Voz no pudiendo llegar al interior del Hombre.
Esa Voz que Es desde antes de que el Mundo fuera.
Esa Voz que pensó este Cosmos y al decirlo le dio consistencia y lo dejó
impregnado de su timbre, de su fraseo, de su modo de decir las cosas...
Esa Voz que habló por los Patriarcas y Profetas...
Esa Voz que dijo Amén al Proyecto salvífico del Padre y dijo “Aquí estoy” ya en el seno de este Mundo y Madre.
Esa Voz que revestida de carne, timbre y dicción vino para decirles: amen, perdonen, oren, confíen en el Padre, desenfoquen la paja ajena, disfruten del Don, acojan toda
Noticia Buena, déjense salvar...
Esa Voz, que por divina es Omnipotente y Creadora; y por humana: pobre y humilde, débil y esclava.
Esa Voz mendiga al umbral de todo oído humano el “hágase en mí Tu Palabra” sin el cual queda a la puerta sin pasar. Y con el cual, sin más, hace lo que dice.
Esa Voz, cubierta del rocío de la espera, ha venido a salvarlos, pero ustedes no
quieren recibirla.

Sarepta seguía allí, minúscula, a las espaldas del Maestro, fulgurando al ardor de la siesta palestina. Jesús, levantando los ojos hacia las tórtolas que –cual flautas barrocas- en su arrullar habían acompasado el intenso discurso, remató:
— Sólo se trata de eso: de escuchar esta Voz, hoy. Sin resistencias.
—Hay que escuchar la Voz de Dios y poner en práctica lo escuchado —acotó Santiago, sacando agua del reservorio universal de la arrogancia humana.
— Ay, Jacob, Jacob —embistió la encarnada Voz de Dios— sigues luchando contra el Ángel. Por eso, también de ti amanecerá un “Fuerte-contra-Dios”, que luchará hasta mi Retorno en favor de las “acciones” humanas de esta empresa divina.—Y con enérgico ademán se incorporó para retomar la marcha.

No bajarían hasta Tiro. Pues por allí habían subido desde Galilea. El Señor quería volver por la Decápolis, para lo cual había que ir internándose por caminos escarpados hasta atravesar la Región montañosa, donde seguramente los sorprendería la noche.
Y así hicieron.
Puntero de nuevo, ágil como un cervatillo, avanzaba el Señor a paso franco y firme. Hasta que el sol se puso, sugiriendo plegaria, comida y descanso.

Majestuoso atardecer, en bronces y cobres, entre los agrestes y abruptos peñascos. Tras las oraciones, Tadeo se encargó del fuego y Leví de disponer la cena. Inmensa luna completa, emergió solemne y silenciosa. Sólo se escuchaba, cada tanto, ese grito entrañable y seco con que los zorros confiesan secretas añoranzas. Clima ideal para que el Rabbí retomara la charla:

—Qué creen ustedes: ¿gasta muchas, medianas, pocas o ninguna energía la luna para alumbrarnos? —Nadie atrevió la respuesta. Pues era cantado que el asunto venía con trampa. El Señor prosiguió:
—Ninguna. Ella tan sólo recibe y refracta la luz ajena. Así ustedes han de ser alumbrados y alumbrar. Tampoco un sarmiento se esfuerza por producir uvas: recibe la savia de la cepa.


Yo Soy la Vid, Yo Soy el Sol.
Yo Soy Palabra y vosotros, silencio.
Yo soy la Voz; vosotros, el oído atento.

A vosotros no les “sale” vivir la Palabra, porque no les “entra” el Evangelio.
Quien se abra a mi Palabra, se salvará. Quien se cierre, ya está condenado.
A esto he venido al Mundo: a pronunciar una Palabra Viva y eficaz; cortante como espada de doble filo.
—Dinos cuál es esa palabra y eso nos bastará —apuró Felipe.

Y el Señor los miró. Uno por uno los miró. Cada rostro, alumbrado por el centellear del fuego, expresaba con intensidad el cansancio y la pobreza, la dolencia y la impotencia humana. Todos percibieron que al Maestro le había gustado el “pie” de Felipe y redoblaba tambores con mirada y sonrisa, antes de derramar el logos salvífico en el corazón de sus íntimos.
—Effatá —dijo con inmenso gusto, demorando cada sílaba—. ¡Ábrete! Ábrete, Hombre, al Poder de un Dios que quiere salvarte por Sí mismo.
Ábrete y escucha, que lo demás vendrá por añadidura.

Pronto el frío de montaña apretó. Y bien acuevados, durmieron todos... menos el Señor, ocupado en asuntos Paternos.

El día siguiente ofrecía un itinerario más bello aún: la bajada hacia el Mar de Galilea, acompañando el descenso lúdico y risueño de arroyos cantores, por verdosas y mullidas riveras... De lejos divisaron Cesarea de Filipo, donde tiempo atrás Simón mutara en Pedro... El inolvidable “¿Y ustedes quién dicen que soy?” reverberó una vez más sobre el corazón de cada uno. Larga y silenciosa travesía les consumió el día, gravitándolos hacia el precioso Kinéret (el lago más bajo del mundo) que divisado desde los cerros delataba mudo la razón de su nombre, con su perfecta forma de lira.
—El fondo del orbe es un líquido salmo de alabanza al Padre —pensó el Logos, pero sólo para sus abisales adentros.
Ya casi de noche, lograron llegar a Betsaida, sobre la orilla del sereno Mar de Galilea.
Fue entonces, tras el rezo del Shemmá, que Jesús retomó su enseñanza:

—Quiero explicarles el auténtico sentido del “Shemmá Israel” que todos repetimos desde niños dos veces al día. “Escucha Israel”, manda Dios. ¿Para qué?; ¿para que prestando atención a la larga nómina de normas, preceptos y mandatos que el Señor tu Dios te impone, procures ponerlos en práctica?
No. Escúchalos: pues ellos hacen lo que dicen.
Si tú los escuchas, si tú amas esa Voz y la alojas, se cumplirá en ti todo lo que el Señor tu Dios manda que se realice en ti. Como la oveja: si reconoce la voz de su pastor, la sigue; pues esta voz la imanta, la encanta, la puede.

—Ahora entiendo —intentó reivindicarse Santiago—: Tu Palabra hace lo que dice, es eficaz. Nuestra es la tarea por abrirnos a ella.
—¿Que ahora entiendes? —increpó el Señor— Ay, Iacobus. Sólo Yo puedo abrirte a Mi Palabra. Sin Mí nada puedes. Sin Mí sólo puedes la Nada.
Yo Soy el Paso y la Pascua; Soy el Camino y la Vida, Soy el Decálogo y el Ábrete.
Y tras un silencio remató: —El que reciba mi Effatá, escuchará Mi Voz y cumplirá mis mandatos. En esto consiste el amor que me deben: en que alojen mi Palabra.
Y agregó luego: —Vayan hasta los confines del Mundo, y en mi Nombre, conjuren los oídos de todas las gentes, pronunciando con fuerza y poder el “Effatá” recibido. En esto consiste “enseñar a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,20).

Y fue allí, a la mañana siguiente, a orillas del calmo Mar de Galilea, que el Señor completó con gesto elocuente, sus palabras de travesía. Ligándolas intrínsecamente.
Le llevaron para eso el Sordomudo que nos relata el evangelista. No son dos dolencias, como todos saben. Se es mudo porque se es sordo. Y eso no es más que parábola viviente de algo que no todos saben y muchos, aun sabiendo, olvidamos: se está impedido de vivir la Palabra como una rasa consecuencia de ser sordo, imposibilitado de una auténtica escucha.
Porque no nos entra, no nos sale.
La oímos, pero no la escuchamos.
Si la escucháramos, no haría falta más para ser canonizados y entrar limpios al Cielo. Fides ex áuditu. La fe procede de la escucha; de escuchar la Palabra de Cristo (Rom X,17). Y por la fe somos salvos (Ef II,8).

Y fue así que el Logos Eterno, en Carne, tomó con firmeza al enfermo, y lo apartó.
A solas con el sordo.
El Dedo divino —Llama de Fuego ardiente— avanza por el interior obstruido del miserable. Cerrazón —habrá pensado—: no hay técnicamente nombre más preciso para rotular el conflicto humano. Pétrea cerrazón. Punzada, estoqueada, horadada por el Fuego divino: Lanza, Flecha, Bastón que parte piedra para que emerja del prístino hondón el agua pura atascada.
Y las Aguas Eternas —¡Plasma divino, Vida trinitaria!— hechas saliva del Pantocrátor, tocan el interior del miserable, que recibe el exorcismo primordial: ¡Effatá! dijo el Señor en un estruendo que conmovió hasta los cimientos del orbe.

Bene omnia fecit, dijeron. Todo lo ha hecho bien. Y no tras hacer un racconto de todo cuanto había realizado, sino tras esta acción. Todo lo ha hecho bien pues este es el “Todo” en cuestión de la misión salvífica de Cristo: destrabar la sordera humana, para que el Hombre pueda irresistirse a la Palabra que salva. Y quedar salvo.
De ahí que el asombro hiciera cumbre.

Desde entonces, inclinar el oído sobre la Sagrada Escritura, y llevarse a la boca las Bienaventuranzas no es afrontar a un Dios que me desafía, sino a un Dios que me convida la Salvación. El Evangelio no es un manual promotor de propósitos. Él es Propósito. Divino e infalible. Performativo. Es Jesús mismo, en el ejercicio indefectible y continuo de su propio Nombre: Dios-está-salvando.
No hay Noticia más Buena que este gerundio horadando a las puertas de mi sordera.
Buena y promisoria, pues este gerundio es más poderoso que mi sordera.
Effatá mata cerrazón.

el Athonita

06-IX-09

viernes, 4 de septiembre de 2009

Wanderer está salvado


En lo de Wanderer se ha armado un despiporre fenomenal. La verdad es que, debo confesar, a veces la cuestión se pone divertida. Hay algo de morbo en los espectadores como uno porque, en definitiva, la cuestión se trata del armado de un ring donde se tira un tema para que todos se maten. Y es, en algún punto (con relación a ciertos temas), divertido. Porque se forman dos bandos más o menos definidos con algunos varios eclécticos que se dedican a repartir sopapos a unos y otros cual árbitros de la disputa. Y la lucha es a muerte. A veces uno ve resbalar un poquito a alguno y sólo resta ponerse a contar para que le caigan de a cinco para cimitarrearle la cabeza.

En algunos temas (en otros no tanto) la cuestión se convierte en un ejercicio interesante y entretenido, donde hay que saber pegar sin bajar nunca la propia guardia. En otros tiempos (con seudónimo o iniciales) participaba con frecuencia pero descubrí que no tengo el temperamento adecuado para ese deporte. Termino enojándome y tomando las cosas como algo personal cuando, en verdad, debería resultar un "cruce de guantes" entre "amigos" (en un sentido amplio de la palabra).

El asunto que hoy traigo comenzó con un comentario de Ludovicus a un post de J. Tollers. Luego el Wanderer, al ver la naciente batahola, recogió el guante y redobló la apuesta. Siguió Ludovicus agregando un poco más de pólvora al asunto y luego definió Wanderer mordaz, irónica y divertidamente.

La cuestión en términos simples puede plantearse así: unos dicen "ya estamos salvados" y otros dicen "mientras vivimos no estamos salvados".

En términos más complejos (requiere ya de más matices) la cuestión puede plantearse: "hay que trabajar para condenarse" o "hay que trabajar para salvarse".

Y lo curioso es que todos lo enunciados son verdaderos "secundum quid", en cierto sentido (no podrían ser ambos verdaderos en el mismo sentido por el principio de no contradicción), aunque algunos requieran más ajustes que otros (los enunciados mediante la palabra "trabajar" en un sentido o en el otro).

El tema es interesantísimo y apasionante, tan viejo como la historia de la Iglesia o, me atrevería a decir, tan viejo como la religión mosaica (por hablar sólo de nuestro ámbito porque creo que está en el centro de toda concepción religiosa).

Asimismo, es un tema siempre recurrente en las aguas protestantes particularmente sensibles a los diferentes enunciados de ellas. En este campo nuestra amiga protestante tenía escritas varias cosas (entre ellas una serie fenomenal, compartida o no, de la teología del pecado que creo no está todavía mudada a su nuevo hogar) o, ya desde el lado católico aunque con mucho diálogo con la teología protestante, el amigo Gabaon en sus Cánticos del Siervo.

Pero además de todo aquello la problemática nos conduce también a algo que habíamos dejado de lado al hablar sobre las reformas al nuevo misal (en el entender del Athos colamos el mosquito y nos comimos el camello). Hablamos del tomen por el tomad de la fórmula de la consagración y dejamos de lado el "por muchos" en lugar del "por todos". Y el problema allí es el mismo ¿se salvan todos o se salvan muchos? ¿Cristo derramó la Sangre por todos o por muchos?

Habiendo mostrado varios caminos que venían circunvalando el tema en forma paralela, vuelvo al eje.

¿Estamos salvados por la muerte (y su resurrección como dicen algunos, aunque es otro asunto) de Cristo?

Eso, así dicho, puede significar varias cosas, algunas de las cuales son (con infinitos de matices en los mismos enunciados):

- Estamos todos salvados. En este sentido se entiende toda una línea de pensamiento que ya mencionamos que entiende que "historia de la salvación" e "historia de la humanidad" son una misma cosa, toda la humanidad está salvada por la muerte de Cristo, el infierno (si existe) está (o quedará) vacío.

- Estamos salvados todos los bautizados en tanto recibimos la Gracia de Cristo. El Bautismo, además de ser causa, es signo de Predestinación. Hagamos lo que hagamos (según las versiones) terminaremos salvados por la Gracia de Cristo ya que "Él nos ha destinado en la Persona de Cristo, por pura iniciativa suya a ser sus hijos..." (Qui praedestinavit nos in adpotionem filiorum per Iesum Christum in ipsum).

- Estamos salvados todos los bautizados en tanto la Gracia de Cristo actúa en nosotros haciéndonos actuar de modo agradable a Dios y sólo nos condenaremos en la medida que la impidamos actuar en nosotros.

- Estamos salvados todos los bautizados sólo en potencia. Se nos abre la puerta para que nos salvemos pero el pecado original, aunque borrado por el bautismo, nos sigue llamando al perder la Gracia. La salvación, entonces, es un trofeo que nos será dado al final del combate si lo hacemos adecuadamente. Ergo, lo más adecuado para este enunciado sería decir "no estamos salvados hasta que estemos salvados".

- Estamos salvados en la medida que nos "ganamos" la gracia con nuestras propias obras.

Entre los enunciados 3 y 4 podemos encontrar caminos que no son incompatibles y por los que marcha la teología católica. Y el problema en estos temas es que el que desbarranca... desbarranca en serio, no hay grúa que lo salve.

En cambio, los enunciados que enuncian la cuestión con la palabra "trabajo", si bien pueden ser bien entendidos ambos, hay que aclararlos un poco más.

- Si digo "hay que trabajar para condenarse" no debo olvidar que el pecado original mantiene una tendencia natural (naturaleza caída) al pecado, por lo que puede resultar equívoca la palabra "trabajo". Quiero decir, pecar, aún estando en Gracia, no requiere de mucho esfuerzo (por eso hay que estar alertas ante el "león rugiente que anda buscando a quien devorar").

- Si digo "hay que trabajar para salvarse" no debo olvidar que nada de lo que hagamos nos salvará. Nos salvamos por acción de la Gracia. Nuestro "trabajo" consiste más bien en un "dejar hacer a la Gracia".

En fin, lo importante es que Wanderer está salvado.

Natalio
Pd: No sea amarrete, haga caridad y compre estampitas a los pobres monjes.