La peste invadió una región asolando todo a su paso. El rey de los animales, atemorizado, reunió a sus súbditos. -Señores, esta peste es, evidentemente, un castigo por nuestros múltiples crímenes. Es un castigo que sólo puede aplacarse si entregamos como ofrenda al más pecador de todos nosotros. Reconozcamos nuestras faltas ante nuestros hermanos. Empiezo yo. Sí, yo... no os extrañeis... señores, confieso que he pecado, que he comido a muchos de mis semejantes... y a veces sin tener hambre...
Terminó de hablar el león y la zorra le dijo palabras parecidas a estas: -señor, ud. no es pecador, no sea humilde; ruines deben ser aquellos animales que se pusieron en el camino de sus reales garras. La corte toda estuvo de acuerdo con la zorra y tacharon al rey de escrupuloso. Hicieron lo mismo con las confesiones de la zorra, los chacales, los felinos, etcétera. Todos minimizaban sus faltas, se disculpaban y abrazaban.
Hasta que habló el burro. Reconoció que un día, que tenía mucha, mucha hambre, al pasar por un campo sembrado, tomó una espiga de trigo y la comió.
Se escandalizaron al unísono. Lo llamaron vil, ladrón, asesino, impuro. Estuvieron de acuerdo, por mayoría absoluta, en que era el más pecador. Fue apresado y condenado a muerte. El encargado de la aplicación fue el lobo, que había permanecido callado. Ejecutó la sentencia ahí... delante de todos.
La anterior es una una fábula recogida, entre otros, por Samaniego (la llama "Los animales con peste" y la traduce en versos castellanos combinados, para el solaz y educación de los señores seminaristas del Seminario Real Vascongado).
Una versión similar de esta fábula, con algunos animales cambiados, se vivió en un país del sur del continente americano, cuando una presidente/a hizo el amago de renunciar, de inmolarse por la redistribución del ingreso. Una diferencia es que ella no tuvo el tino de simular, siquiera, el reconocimiento de su falta. Otra (de las tantas), es que no han podido con los burritos.
Terminó de hablar el león y la zorra le dijo palabras parecidas a estas: -señor, ud. no es pecador, no sea humilde; ruines deben ser aquellos animales que se pusieron en el camino de sus reales garras. La corte toda estuvo de acuerdo con la zorra y tacharon al rey de escrupuloso. Hicieron lo mismo con las confesiones de la zorra, los chacales, los felinos, etcétera. Todos minimizaban sus faltas, se disculpaban y abrazaban.
Hasta que habló el burro. Reconoció que un día, que tenía mucha, mucha hambre, al pasar por un campo sembrado, tomó una espiga de trigo y la comió.
Se escandalizaron al unísono. Lo llamaron vil, ladrón, asesino, impuro. Estuvieron de acuerdo, por mayoría absoluta, en que era el más pecador. Fue apresado y condenado a muerte. El encargado de la aplicación fue el lobo, que había permanecido callado. Ejecutó la sentencia ahí... delante de todos.
La anterior es una una fábula recogida, entre otros, por Samaniego (la llama "Los animales con peste" y la traduce en versos castellanos combinados, para el solaz y educación de los señores seminaristas del Seminario Real Vascongado).
Una versión similar de esta fábula, con algunos animales cambiados, se vivió en un país del sur del continente americano, cuando una presidente/a hizo el amago de renunciar, de inmolarse por la redistribución del ingreso. Una diferencia es que ella no tuvo el tino de simular, siquiera, el reconocimiento de su falta. Otra (de las tantas), es que no han podido con los burritos.
Gregorio
2 comentarios:
Ud., bruto mejicanote, tiene la gran virtud de, sin ser argentino, reunir lo peor de nuestro país. Es a la vez gorila, oligarca y destituyente.
Hay algunos pocos como ud. por estos pagos aunque me parece que hoy en su país tienen el poder.
Amalgamado
Sr.:
Si le quito a su comentario los epítetos injustificados, queda vacío.
De todas formas, pese a su aparente falta de delicadeza, infiero que -al menos- entendió el sentido del post, y eso me alegra.
Gregorio Santopoco
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