Juan Cuatrecasas, en su ya famoso: "Psico-biología general de los instintos" añade un apéndice titulado "El subconciente colectivo de Don Juan Tenorio". Si bien no me parecen sensatas las bases de Young y Adler que utiliza y cuestionaría el título mismo, creo muy interesante este nuevo aporte a las teorías de los "donjuanes". Esos personajes, ya míticos, ya históricos, recreados por autores de casi todas las lenguas, se caracterizan, como todos sabemos, por blandir su inmadurez conquistando diversas mujeres y retando a duelo a diversos hombres.
Cuatrecasas menciona al Don Juan de Byron, al de Puchkin, al de Shaw, al de Moliere y al de Tirso, pero se limita al caso del Don Juan de Zorrilla, quien tiene su instinto de conservación deformado en prepotencia, irritabilidad, altivez y afán de pelea y su instinto de reproducción deformado en histeria, multiplicación de sus apetencias, falta de concentración de la voluntad y superficialidad. La crisis de ambos instintos en la formación del carácter dan como resultado un egocentrismo exagerado, que termina en la consecuente enajenación e irrealidad en la formación de juicios.
El análisis resulta muy interesante cuando analiza las causas de la conducta de Don Juan. Por un lado, la falta de firmeza de voluntad propia en el encause de los instintos; por el otro, la necesidad de contraste con su padre Don Diego, con el comendador y con todo otro personaje masculino que aparezca como autoridad. El caso de Don Diego es muy interesante y realmente responde, su análisis, a una realidad incontrastable: un padre autoritario, poco interesado por su hijo, viciosamente escrupuloso, rígido e hipócrita es un buen caldo para que un hijo salga torcido (sólo un caldo, porque la principal responsabilidad, como es obvio, es del propio torcido). También es admitible la simplificación, por reducción, que incluye en ese caldo de cultivo a una sociedad poco amistosa, viciosa, rígida e hipócrita (y no hay necesidad de acudir al presunto subconciente colectivo como lo hace). Lo que no parece admisible es que meta al gran Felipe II en la misma bolsa y llame a la corrupción de la sociedad española (de una sociedad cabelleresca a una sociedad de apariencias y descomposición interna) "felipismo". Tampoco parece razonable que se le atribuya a Carlos I y a su hijo ya mencionado"obsesión necrofílica". Lo que Cuatrecasas confunde con "religión teatral de los muertos y la ultratumba" es exactamente lo contrario: una religión de vivos, con conciencia del tránsito que significa la muerte. Felipe II está de paso por el mundo, como buen cristiano; de ahí su ascesis y su austeridad; de ahí su grandeza y su sentido psicológico y moral de distinción entre lo importante y lo banal.
En realidad, Cuatrecasas falla, a mi entender, por intentar analizar a Zorrilla, como autor, por un lado, como fruto de su época, por el otro, intercambiando el análisis con el de su personaje: Don Juan. Al querer analizarlos juntos no ve lo principal. Don Juan no es un invento de Zorrilla (por eso no es tan distinto de los "donjuanes" mencionados, como pretende). Es un joven muy infeliz, que personifica una fábula que resulta aleccionadora y educativa en casi todas sus versiones. Aleccionadora y educativa, justamente, para la formación del carácter, que es la formación en la virtud y el camino hacia la felicidad.
Cuatrecasas menciona al Don Juan de Byron, al de Puchkin, al de Shaw, al de Moliere y al de Tirso, pero se limita al caso del Don Juan de Zorrilla, quien tiene su instinto de conservación deformado en prepotencia, irritabilidad, altivez y afán de pelea y su instinto de reproducción deformado en histeria, multiplicación de sus apetencias, falta de concentración de la voluntad y superficialidad. La crisis de ambos instintos en la formación del carácter dan como resultado un egocentrismo exagerado, que termina en la consecuente enajenación e irrealidad en la formación de juicios.
El análisis resulta muy interesante cuando analiza las causas de la conducta de Don Juan. Por un lado, la falta de firmeza de voluntad propia en el encause de los instintos; por el otro, la necesidad de contraste con su padre Don Diego, con el comendador y con todo otro personaje masculino que aparezca como autoridad. El caso de Don Diego es muy interesante y realmente responde, su análisis, a una realidad incontrastable: un padre autoritario, poco interesado por su hijo, viciosamente escrupuloso, rígido e hipócrita es un buen caldo para que un hijo salga torcido (sólo un caldo, porque la principal responsabilidad, como es obvio, es del propio torcido). También es admitible la simplificación, por reducción, que incluye en ese caldo de cultivo a una sociedad poco amistosa, viciosa, rígida e hipócrita (y no hay necesidad de acudir al presunto subconciente colectivo como lo hace). Lo que no parece admisible es que meta al gran Felipe II en la misma bolsa y llame a la corrupción de la sociedad española (de una sociedad cabelleresca a una sociedad de apariencias y descomposición interna) "felipismo". Tampoco parece razonable que se le atribuya a Carlos I y a su hijo ya mencionado"obsesión necrofílica". Lo que Cuatrecasas confunde con "religión teatral de los muertos y la ultratumba" es exactamente lo contrario: una religión de vivos, con conciencia del tránsito que significa la muerte. Felipe II está de paso por el mundo, como buen cristiano; de ahí su ascesis y su austeridad; de ahí su grandeza y su sentido psicológico y moral de distinción entre lo importante y lo banal.
En realidad, Cuatrecasas falla, a mi entender, por intentar analizar a Zorrilla, como autor, por un lado, como fruto de su época, por el otro, intercambiando el análisis con el de su personaje: Don Juan. Al querer analizarlos juntos no ve lo principal. Don Juan no es un invento de Zorrilla (por eso no es tan distinto de los "donjuanes" mencionados, como pretende). Es un joven muy infeliz, que personifica una fábula que resulta aleccionadora y educativa en casi todas sus versiones. Aleccionadora y educativa, justamente, para la formación del carácter, que es la formación en la virtud y el camino hacia la felicidad.
Gregorio Santopoco
2 comentarios:
Inútil y demasiado general reivindicacion de Felipe en un articulo excelente. Cide Ham.
Bueno, bueno... tranquilo, señor. Admiro su habilidad para poner tanto énfasis y tantos calificativos en tan escasas palabras.
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